EL TIEMPO
La anciana ríe por lo bajo. Su pelo blanco y sedoso se recoge en una trenza larga y ladeada. Un sombrero de paja con un lazo azul la protege del sol. Sus arrugas son como savia que recorren su piel, declarantes del paso del tiempo. Hay un señor que siempre se sienta a su lado en el banco. Su nariz aguileña asoma por debajo de la gorra, protegiendo unos labios que en su día fueron tiernos y pronunciaron su nombre. Él siempre está risueño. Una flor en sus manos empieza a marchitarse. Su tiempo también es corto. Mira con cariño a la anciana, que sonríe al observar de reojo la rosa caída. Sus caras se juntan en un intento de fundir sus mentes y que recuerde. Frentes amables que buscan cobijo. Ella coge un pequeño espejo que lleva en su bolso. Pinta sus labios de abril mientras se recoge un mechón cano y suelto. Al ver su reflejo frunce el ceño. « ¿Quién eres? », se pregunta. No quiere pensarlo. Es su primer amor y un rubor adolescente la enciende. — Soy yo mi amor — susurra él m
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