Es raro, hoy no ha venido nadie a buscarme. Siempre me recogen a la salida del colegio, a pesar de que yo les insisto en que ya tengo doce años y me sé el camino. Les cuento, además, que mi amigo Pablo lo lleva haciendo desde hace un año, pero ellos dicen que en cada casa hay unas normas, y que la vida de ahora no es para que un chavalín —como me llama mi padre— vaya solo por la calle. Él ve tantos peligros por todas partes, que siempre va mirando con un ojo al frente y el otro al bies, para tener un radio de acción más amplio de protección. Por eso, siempre estoy protestando. Al no ver a ninguno en el cole, lo primero que he pensado es que por fin me estaban dando un voto de confianza, así que he cogido del asa de mi mochila, he estirado la espalda y cuadrado mis hombros (como si con eso pudiera crecer), y me he dirigido a casa ilusionado y temeroso a la vez. He tardado veinte minutos en llegar hasta la entrada del jardín. No he querido entretenerme para vieran que podían conf