METAMORFOSIS

Desde que él llegó a la familia, mi vida cambió por completo, y de esto hace ya ocho años. A mis diez ya sé lo que es sentirse desplazado y que a nadie le importe una mierda. Todas las atenciones fueron para esa cosa llorona; al principio porque era un bebé precioso de ojos redondos y brazos regordetes, y después cuando empezaron los síntomas. Aquel mundo, que era todo para mí, se agrietó poco a poco y yo me fui sintiendo cada vez más transparente, sobre todo cuando mis padres pasaban por mi lado sin mirarme porque Hugo no paraba de gritar y de dar golpes. Muchas noches me asomaba a su cuna y le observaba detenidamente.: Así, a simple vista, no parecía tener nada raro. Lo peor venía cuando se despertaba, y cuántos más años cumplía más le costaba seguir las órdenes. Por mucho que papá y mamá le dijeran «Hugo estate quieto», «Hugo no cojas eso» «Hugo no grites, no corras, no pegues, cálmate» y un largo etcétera, daba igual, él siempre iba a lo suyo, y yo no lograba entender